Por Bruno Altieri
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"Espero no morir. Sólo quiero superar esto", le dijo Paul Pierce a Tony y Derrick Battie en el ascensor del New England Hospital. "¿Voy a vivir? ¿Voy a vivir?", repetía una y otra vez el alero de sólo 20 años, con el pánico grabado en cada una de las grietas de su rostro.
En la noche del 25 de septiembre de 2000 la vida del joven nacido en Inglewood, California, cambió para siempre.
"Todo pasó tan rápido, recuerdo haber visto mi ropa manchada, pero lo que me resultó imposible de olvidar fue mi cara. Tenía mucha sangre en el rostro"
Junto a Tony Battie y su hermano Derrick, Pierce concurrió a una fiesta en el Buzz Club, un after-hour con cerca de 300 personas, entre hombres y mujeres, dispuestos a divertirse con bebidas y música disco. Era domingo, un día que normalmente no abría este club, pero había sido una excepción como parte de una fiesta privada. El alero de los Celtics, en su tercera temporada como profesional, arribó a la 1.00 AM y rápidamente comenzó a saludar gente: ya era reconocido como una de las figuras de los Celtics.
Pierce, quien lucía una ostentosa chaqueta de cuero, se acercó a una sala, al final del club, que poseía dos mesas de pool, con la intención de buscar un lugar más tranquilo entre el bullicio de gente. Entre risas, su sola presencia acaparaba atención. Era alto, joven, fornido y era uno de los objetivos de las cámaras de TV a diario. Un par de mujeres lo observaron fijamente a su ingreso. Tras dudar algunos segundos, Pierce se acercó para entablar una conversación. Estaba solo: Tony había ido directamente al baño y Derrick se había ubicado en otro sector de la disco.
"Estaba en el mismo lugar, pero me encontraba en el baño. No pude ver lo que sucedió. En su momento, me llenó de culpa. ¡Era mi compañero de equipo!", dijo Tony Battie tiempo después.
Se trataba de Delmy Suarez y Keisha Lewis. Empezaron a intercambiar palabras y todo parecía formar parte de un ambiente festivo, sin problemas a la vista. Pero a la derecha del triángulo, entre las mesas de pool y una ventana que daba a la calle, un hombre observaba la situación con cara de pocos amigos. Parecía que algo le estaba molestando seriamente: una rara combinación de envidia y celos lo atravesaba como una daga.
- "¿Qué te pasa negro?"- dijo el hombre, reconocido con el apodo de 'Roscoe', de manera poco amigable a Pierce.
Era el primo de Keisha Lewis.
- "Tranquilo hombre, tranquilo" -contestó Pierce. "Sólo estamos hablando".
-¿Qué te sucede negro?- repitió 'Roscoe', luego conocido con su verdadero nombre (William Rangland). Acto seguido empujó a Pierce fuertemente en el pecho.
En ese momento, una multitud se abalanzó sobre el alero de Boston. Recibió golpes de todo tipo, un impacto con una botella de champagne en su rostro y once puñaladas divididas entre el pecho, su cuello, su cara y su espalda, que cambiaron su vida para siempre. Se trataba de personas vinculadas con los Made Men, un grupo de rap más conocido por sus arrestos y hechos vinculados a la delincuencia que por su calidad musical.
Pierce, desparramado en el piso, se tomó el rostro, que estaba cubierto de sangre. Empezó a pedir ayuda. Rangland había sacado un cuchillo de hoja plana del bolsillo derecho de su pantalón en un intento que, de milagro, no terminó con la vida de 'La Verdad'.
- "Que se joda ese negro, todas esas malditas rameras. Soy el único hombre por aquí. Que se jodan esas rameras. Que se joda Paul Pierce"- repetía Rangland caminando a lo largo y a lo ancho del Buzz Club, mientras la gente se retiraba del local envuelta en el pánico.
Rangland fue hacia el baño para lavarse las manos cubiertas de sangre. Acto seguido abandonó el recinto en un auto de lujo plateado y largo, que no pudo ser identificado en tiempo y forma por la policía de Boston. Se sentó en el asiento trasero y el chofer arrancó a máxima velocidad.
La seguridad de la disco liberó el paso para Pierce y los hermanos Battie, mientras el alero de Boston se debatía entre la vida y la muerte.
"No sabíamos qué tan lastimado estaba en ese momento. Supongo que, probablemente, era mejor no saberlo", dijo Tony Battie tiempo después.
Tony y su hermano Derrick salvaron la vida de Pierce. Lo cargaron en su auto y manejaron a toda velocidad hacia el New England Hospital.
"¿Voy a vivir? ¿Voy a vivir?" -imploraba una y otra vez Pierce en el asiento trasero.
"¡Por Dios, Paul, resiste! ¡Resiste!"- contestó Tony, mientras observaba la cara ensangrentada de su amigo.
Jared Wickerham/Getty Images
Los hermanos Battie le salvaron la vida a Pierce
Antes de entrar en cirugía, en el ascensor, Pierce miró fijo a los ojos a Battie e hizo una pregunta que Derrick jamás pudo olvidar:"¿No me pegaron en el brazo, no es así?".
Mientras luchaba por su vida, el alero de Boston sólo podía pensar en básquetbol. Es que el básquetbol era su vida, no podía establecer ambas cuestiones como entes separados: todo era parte de lo mismo.
La operación fue exitosa y los médicos confesaron que la chaqueta de cuero lo había salvado, porque había impedido mayor profundidad en las heridas producidas por el arma blanca. Una de las puntadas recibidas había quedado a centímetros del corazón: con un atuendo diferente, la historia hubiese sido completamente distinta.
"De alguna manera, Dios estaba mirando encima de sus hombros", dijo el Dr.Graham luego de evaluarlo.
EL JUICIO Y LOS IMPLICADOS
William Rangland fue sentenciado de siete a diez años en 2002 por el ataque. Trevor Watson, una de las personas que tuvo un rol secundario en la agresión a Pierce, fue condenado a un año de prisión.Los abogados alegaron que uno de los testimonios en contra de sus defendidos había sido diferente antes y después del juicio, lo que llevó a varios problemas para alcanzar el veredicto final.
Krystal Bostick, una estudiante que había estado en el Buzz Club aquella noche, fue una de las testigos más polémicas del caso. Los detectives Barnicle y Chin, de la policía de Boston, recibieron una llamada de Rhode Island indicando que Bostick tenía información importante para darles.
Evidencia que le costaría la libertad a Rangland.
AP Photo/Charles KrupaPierce
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Dijo, en aquel entonces, haber estado a cinco pies del incidente, lo que despejaba cualquier tipo de duda al respecto. Pero luego, en el juicio, Bostick cambió su parecer de cabo a rabo. En vez de confirmar los hechos, esquivó todas las preguntas del fiscal. "No vi nunca a Rangland con un cuchillo", decía una y otra vez, sorprendiendo a todos los presentes porque, pese a sus dichos, estaba grabada -y registrada en acta- la conversación con los detectives. Bostick, quien había concurrido al Buzz Club luego de un show de moda en el Symphony Hall, parecía estar atemorizada. Fue tan a fondo con la modificación de sus dichos que prefirió asumir las consecuencias penales de cambiar su declaración inicial en vez de rectificarse ante el estrado.
Regina Henderson, la segunda testigo del caso, inclinó los hechos en contra de Rangland. Si bien tuvo algunas declaraciones inconsistentes, fue clara al decir que ella no había visto a 'Roscoe' con un cuchillo pero sí había visto sus manos ensangrentadas. También pudo confirmar que Rangland entró al baño para lavar sus manos y que dijo, al salir: ¿Quién será ahora la próxima víctima?.
Paul Pierce identificó luego, en el hospital, a Rangland como el organizador de la pelea. Los dos guardias de seguridad, que ayudaron al alero de Celtics y a los hermanos Battie a salir por la puerta trasera del recinto, también señalaron a 'Roscoe' como el máximo responsable. Los argumentos puestos en fila ayudaron al jurado a encontrar a los culpables.
UN HALO DE MISTERIOS, UNA HISTORIA DE LÁGRIMAS
Pasó mucho tiempo sin que se sepa qué había detrás del ataque a Pierce. Cada una de las cicatrices que conserva en su cuerpo le recuerdan a Paul el sufrimiento de aquella fatídica madrugada del 25 de septiembre en el Buzz Club."Estos son mis marcas ahora, y viviré para siempre con ellas", señaló Pierce, quien en aquel entonces no se había sometido a ningún tatuaje.
"Debes cuidar tu espalda", dijo Pierce luego de las puñaladas. "Somos objetivos como jugadores de básquetbol. Estoy más precavido ahora acerca de los lugares donde voy y con quien me encuentro. La gente sabe quien eres, está celosa de tí y estas cosas suceden".
A partir de entonces, la vida del alero de Celtics cambió para siempre. Tras salir del hospital, su profesionalismo se enfocó y comenzó a tener más paciencia. A valorar más la vida, las cosas pequeñas. A moldear, de alguna manera, su carácter. Fue la bisagra que modificó al joven talentoso en un hombre de estructura de acero. La transformación del deportista corriente en 'La Verdad'.
Jim Rogash/Getty Images
Paul Pierce, envuelto en lágrimas, celebra el título de Celtics y su premio de MVP de las Finales
Ocho años después de ese fatídico episodio, las lágrimas corrían por el rostro de Pierce. Los Celtics eran campeones de la NBA y el alero de Boston recibía el premio de MVP de las Finales. Los nuevos fanáticos del básquetbol habían entendido ese llanto contenido como emoción, pero tenía que ver con otra cosa.
Era desahogo. Significaba el quiebre de un hombre que había pasado de la pelea con la muerte en un hospital a abrazarse con la gloria deportiva más profunda. Cara y cruz de una historia conmovedora.
Fue una mezcla de alegría con bronca contenida. Fue la demostración cabal de que pelear profundamente por una causa trae un premio obligado. El éxito jamás está antes que el trabajo. Fue, entonces, el pasaje perfecto de frustración en objetivo cumplido, de dolor en placer, de soledad en compañía.
"Recuerdo a los doctores diciendo, tras su recuperación, que Paul no podía ni siquiera poner sus manos encima de la cabeza. El mismo día que le dijeron eso, ya estaba ejecutando lanzamientos al aro", señaló Jim O'Brien, en aquel entonces entrenador de Celtics.
Su caída y su ascenso fue en la misma ciudad. Sus armas, las de siempre: perseverancia, actitud, lealtad y amor por lo que se hace.
No existe otra manera de lograrlo.
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