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viernes, 7 de septiembre de 2012

NBA: REGGIE MILLER, "OCHO PUNTOS, NUEVE SEGUNDOS"


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Era domingo en New York y como todo día de descanso, la gente alternaba entre Central Park y los negocios de la quinta avenida. Jornada para disfrutar en familia, a pura sonrisa. Los cerca de 16 grados centígrados y el día despejado invitaban a respirar una dosis de aire fresco.

Mientras algunos ciudadanos neoyorquinos se preparaban para la última gran presentación teatral de "On the Waterfront" en el Atkinson Theater, otros se agolpaban en las ventanillas del Madison Square Garden con la idea de conseguir algún ticket de reventa para la nueva función que protagonizarían los New York Knicks y los Indiana Pacers en las Semifinales de Conferencia Este de 1995.

Sólo una persona se encontraba encerrada en la habitación de su hotel tratando de hacer oídos sordos a lo que sucedía a su alrededor. Reggie Miller, el chico que había nacido con una deformidad en la cadera que lo había obligado a utilizar prótesis en sus piernas por dos años consecutivos, confundiendo a sus médicos acerca de si alguna vez iba a poder caminar sin asistencia artificial, daba vueltas en su cama intentando concentrarse para la hora del juego.

"¿Que John Starks qué, Reggie? ¿Que te va a hacer qué? Yo jugué con él hermano, realmente no puedo creer que esto vaya a suceder. Definitivamente, no lo puedo ni pensar", le decía Mark Jackson, ex Knicks, una y otra vez al tirador de Indiana que trataba de encontrar su espíritu listo para la hora del encuentro.

Jackson, quien había sido transferido de los Knicks a Clippers, para luego recalar en los Pacers, sabía que tenía que hablarle todo el tiempo a Miller. Tenía que tener a la estrella a punto de cocción, porque, en definitiva, él tenía muchas más ganas de vencer a la franquicia que lo abandonó sin mayores explicaciones.

La motivación era parte de un escenario entre dos ciudades que había comenzado mucho antes.
"Vamos Mark, tú tienes conocimiento de ellos, déjate de tonterías de una buena vez. Hoy es el día. Nuestro día", dijo Miller.

La disputa entre el básquetbol de campo contra el de ciudad. New York llamaba a Indiana la granja con luces, Indiana a New York la capital de la soberbia y arrogancia. Significaba la revancha de los playoffs de la temporada anterior, cuando los Knicks lograron girar la serie ante los Pacers para imponerse en siete juegos en Finales de Conferencia. La cultura de la ciudad donde el básquetbol había nacido contra la de la ciudad donde los reflectores lo habían iluminado.

"John, mira como te paras. ¿Se supone que eres un escolta anotador titular en esta Liga? ¿Me hablas en serio? Esto es vergonzoso", repetía Miller, uno de los mayores habladores de basura de la historia de la Liga, a John Starks, cuya mecha corta era conocida de norte a sur en los Estados Unidos.

"¿De qué diablos estás hablando? Por favor, juguemos, ¡Juguemos!"
Atrás había quedado el fatídico cabezazo de Starks en los playoffs 1993-94 contra Miller, y la actuación de baja monta del escolta de Indiana. Aquella acción quitó de las casillas a Patrick Ewing y Charles Oakley, dos guardaespaldas del tamaño de una montaña rocallosa que se fueron al humo del escolta de los Knicks.

"¡Te dije que no hagas ninguna maldita tontería!", gritó Ewing en la cara de Starks.
"Los idiotas hacen idioteces", le dijo Miller a Oakley al oído mientras Ewing seguía desatando su ira unos metros más adelante. "Simulé como si me hubiese golpeado un tanque Sherman, tú sabes".

"No le dije nada a Starks en el Juego 3. Quizás tuvo algún problema con el servicio de habitación o entraron las mucamas mientras se bañaba. No lo sé", agregó Miller a la prensa luego del juego, transformándose en el villano preferido de una ciudad que acostumbraba a agrupar superhéroes.

Tiempo después, la madre de Starks cargaría contra Ewing sin reparos de edad ni estatura.

"Si vuelves a hablarle así a mi hijo, estarás en problemas".

"Señora, con todo respeto, si su hijo vuelve a hacer una tontería semejante, le golpearé en la cabeza. Y muy fuerte".

Reggie Miller fue uno de los muchachos salientes de una familia increíblemente talentosa, constituida en Riverside, California. Es el segundo de los hermanos Miller que ganó una medalla olímpica, ya que la primera fue su hermana Cheryl, quien la consiguió jugando para el Team USA en los Juegos Olímpicos de 1984. Reggie la ganó en 1996 en Atlanta. Su hermano mayor, Darrell, fue jugador de California Angels en la Major League Baseball. Laura, su otra hermana, jugó voley en California State.

"Vamos, ¿acaso pretendes ser alguien en este deporte jugando así? Muévete más rápido, lanza más rápido, corre más rápido y ten seguridad en ti mismo", decía Cheryl en cada oportunidad que se enfrentaba a Reggie uno contra uno en su niñez. Cheryl, una leyenda del básquetbol femenino estadounidense que trabaja en la actualidad como reportera en ESPN, anotó 105 puntos en un partido de high school en 1982.

Los Miller se habían educado en una familia rígida. Todo era sí o no, blanco o negro, sin escala de grises. Sólo en la cancha podían demostrar su verdadera personalidad, entregar ángeles y demonios a la velocidad de la luz.

"No sé por qué dices eso de que hablo basura. Soy un buen chico. Un cordero de Dios", dijo Miller a la prensa estadounidense acerca de su verborragia recurrente para sacar de la casilla a los rivales. "El 70% de lo que hablo es para motivarme a mí. El 30% restante para tratar de meterme en la mente de los rivales".

Cuando Donnie Walsh llegó como gerente general de los Pacers, tomó la decisión más controversial que alguien podía tomar en una ciudad como Indiana. En la primera ronda del Draft de 1987, cuando los peinados eran diferentes y las cámaras filmaban en colores kitch, Walsh le dio una punzada a todos los fanáticos locales al elegir a Miller encima de Steve Alford, un chico de la ciudad que se había formado en la Universidad de Indiana a las órdenes de Bobby Knight. Por supuesto, las calles calificaron de insano a Walsh y los abucheos se hicieron frecuentes al entender que era la decisión más estúpida que alguien podía haber tomado.

Alford fue drafteado por Dallas Mavericks y terminó su carrera en la NBA sin pena ni gloria. Miller fue uno de los mejores jugadores de la historia de la Liga. Walsh se transformó en uno de los gerentes generales más maravillosos de este deporte.

Entonces, aquella tarde del 7 de mayo de 1995, significó el punto cúlmine de Miller como estrella NBA. La transformación del hombre en la leyenda en 8.9 segundos de acción. Reggie, quien jugó toda su carrera en Indiana, había nacido como estrella en esta Liga para vencer a New York. Esa era su misión. Ganar y también ridiculizar una y otra vez a Spike Lee, como cuando le anotó 25 puntos en el último cuarto del Juego 5 de las Finales de Conferencia Este en 1994 a New York, cerrando una actuación sobresaliente de 39 puntos y dedicando cada uno de sus conversiones al director de cine neoyorquino, ubicado en la primera fila del MSG con su mujer.

El partido había sido friccionado, como todos los cruces que se habían dado en los últimos dos años entre estos dos equipos. Pat Riley había hecho escuela en sus Knicks con algunas máximas que luego hablarían por él: no se podía hablar con el equipo rival ni aunque jugase tu hermano enfrente, no se podía levantar a un rival del suelo ni aunque estuviese sangrando a chorros y no se podía respetar a ningún rival. Aquel que quebrara algunas de estas leyes, quedaría relegado en el banco de suplentes por el tiempo que sea necesario hasta aprenderlo.

En el otro costado, Larry Brown también había gestado un equipo de muchachos duros y reticentes al buen diálogo. La defensa empezaba a ser su marca registrada y meterse en la llave en busca de puntos fáciles formaba parte de una película surrealista. Si tratabas de ingresar en zona de gigantes con balón dominado, Rik Smits, Antonio Davis y compañía estaban listos para regalarte un par de chichones gratuitos. Toda aventura tenía su peaje.

Con 18.7 segundos por jugar, los Pacers caían 105-99. Derek Harper había sido expulsado tras un cruce con Antonio Davis y los Knicks contaban con Greg Anthony como único armador en cancha. El balón estaba en manos de los Pacers, que debían reponer de costado tras el tiempo fuera solicitado por Brown.

"La defensa de los Knicks brilla esta noche, el ataque de los Pacers no está lo suficientemente ajustado", dijo Tom Hammond al micrófono, anticipando, de una u otra manera, que el juego tenía un destino sellado.

Los ojos de Reggie Miller exhibían un fuego inusual. Sólo él creía que el libreto tenía lugar para reescribirse, porque la historia se esmeraba por demostrar lo contrario.

"Mark, oye, tenemos que hacer un triple rápido", dijo Miller, pero Jackson tenía la mirada baja. "¡Mark! ¡Te estoy hablando! ¡Un triple rápido!".

Donnie Walsh, que odiaba a los neoyorquinos tanto como cualquier residente en Indiana, estaba tan enojado que se levantó de su asiento, insultó al aire y se metió en la sala de fumadores, no sin antes pegar un portazo que sería inolvidable.

"Todo el mundo pensó que el partido estaba terminado. Incluso los Pacers", dijo Jeff van Gundy tiempo después.

"¿Qué tienes para decir ahora, hombre? ¿Eh? Dímelo, por favor", gritó Spike Lee en dirección a Miller, apuntando con su gorra como si fuese un Magnum 45.

Reggie clavó los ojos como dardos de fuego enfocando hacia la primera fila. Los Knicks aún ganaban por seis puntos, pero...

Jackson hizo el saque de banda y encontró a Miller abierto. Su tiro fue perfecto en la parte superior, pero escandaloso en la parte inferior. Sus piernas se movieron como un pino envuelto en un tornado, parecía imposible que ese balon ingrese por el aro. La pelota fue tan directa como un misil y alcanzó a colarse para colocar el juego a tres puntos.

"Reggie Miller con el tiro de tres... ¡Y lo consigue! Miller, con el reloj en la garganta, anota", gritó Marv Albert, periodista oficial de los Knicks.

Quedaban 16.4 segundos y es en este momento cuando el básquetbol se convierte en el escenario de una de las historias más maravillosas jamás contadas. Sin Harper en cancha, Anthony Mason debía sacar del fondo de cancha, pero no era ni un gran pasador ni un gran tiempista. Greg Anthony, receptor ideal, trastabilló y Mason le regaló literalmente el balón a Miller, quien en vez de anotar un doble fácil corrió hacia atrás de la línea de tres puntos e igualó el juego en 105 puntos por bando. Fue una auténtica locura, pero el mundo, en definitiva, sonríe siempre con esta clase de aventuras.

"¡Y Reggie Miller roba el balón! Qué pasó ahí... de nuevo a la línea de tres... ¡Y vuelve a anotar! ¡Esto es increíble!", agregó Tom Hammond a puro alarido.

Mel Daniels, ejecutivo de los Pacers, se acercó a la oficina de Walsh y le dijo: -"Ey Donnie... ¡Reggie acaba de igualar el juego". -"No jodas conmigo, Mel". -"¡Es en serio! Acaba de igualar el maldito juego!"

En la salida de fondo, el escolta John Starks, un asesino desde la línea de personales, recibió falta con 13.2 segundos por jugar en el reloj por parte de Sam Mitchell.

"No lo puedo creer. Maldita sea, esto sí que es una tontería", gritó Larry Brown moviendo los brazos de manera angulosa en el banco de suplentes.

Pero mientras Starks caminaba costa a costa hacia la línea de personales, los fantasmas empezaron a cruzar en su cabeza. "¿Puede ser esto posible? ¿Puede haber igualado el maldito juego con dos triples? No, definitivamente no. No puede ser verdad".

Los pasos de Starks de una línea de libres a la opuesta fueron como los movimientos de un hombre rumbo a su ejecución. Lentos, cortos, con la idea disparatada de jamás llegar a destino. Los Knicks acostumbraban en esa temporada a hacer prácticas de tiro un par de horas antes de cada encuentro. Pero jamás hubo tanto silencio en el Madison Square Garden como en esos escasos segundos. En la casa de los espectáculos del mundo, todo se había paralizado.

Starks fue a la línea de los suspiros y no sólo falló el primero, sino que también echó a perder el segundo. La presión le jugó una pésima pasada. Pat Ewing tomó el rebote corto, lanzó y el balón rebotó en el soporte. Miller tomó el rebote, y con 7.8 segundos en el reloj, Mason, el mismo hombre que había sacado mal de fondo para el segundo triple de Reggie, le cometió falta, enviando a la línea al hombre que buscaba seguir divirtiéndose con los fanáticos de New York.

La cara de Pat Riley ni siquiera esbozó un grito. Quedó inmóvil, como una figura de cera. Tres segundos después sólo atinó a decir: "Ok".

Donnie Walsh observó a Mel Daniels: "¿Me estás diciendo que Reggie irá a la línea y que vamos a ganar este partido?"

"Toda la basura que te encargaste de entregar en estos años, puede tener sentido. Este es el lugar para demostrarlo. Este es el Madison Square Garden. Y es tu turno para bailar", le dijo Jackson a Miller.

Reggie fue hacia el banco de los Pacers, se puso talco en sus manos y caminó distendido hacia la línea de personales. Estaba en su propio avant premier, usando la línea central del parquet de alfombra roja. Tomó el balón, hizo cuatro piques mirando hacia abajo y lo lanzó. Anotó el primero, repitió la fórmula, y también convirtió el segundo.

Con 7.5 segundos por jugar, Anthony corrió toda la cancha y llegando a la zona de anotación se volvió a caer, como en la jugada que tuvo que tomar para evitar la recuperación de Indiana. Los Pacers habían hecho historia en el Madison Square Garden. Indiana había encontrado su dulce venganza en el feudo en el que habían nacido las peores burlas.

Los fanáticos de los Knicks dejaron el estadio envueltos en dolor y se cruzaron con algunos que se habían ido antes de tiempo: "Ganamos, ganamos, ganamos", gritaban los segundos. "No, idiotas, ustedes perdieron".

"Choke artists", gritó una y otra vez Miller al salir de la cancha ese día, haciendo referencia a cómo se habían atragantado los Knicks con el triunfo esa noche.

"No puede llamar a los Knicks 'choke artists', pero sí me lo puede decir a mí", dijo Starks. "Me atraganté, simple como eso. Debo aceptar la culpa. Debo ponerla en mis hombros. Tuve la chance de congelar el juego con dos tiros libres y la desperdicié".

"Quedamos tremendamente shockeados", dijo Mason, años después. "Nos quedamos tontos después de su segundo triple. Totalmente desorientados. Fue como una pesadilla terrible de la que no te podías despertar. Aún pienso en ese día. Me río de eso hoy. Pero en aquel entonces, eso no pasó. Estoy seguro".

"Esa escena fue el regreso más grande que yo pude ver en la historia de la NBA", completó Jeff Van Gundy.

Aquellos que eligieron el teatro, o se quedaron algunas horas más en el Central Park, seguirán lamentándose al día de la fecha. Luego, esta serie alcanzó los siete partidos. Luego, los Pacers eliminaron a los Knicks. Luego, Pat Riley dejó New York y un legado se quebró para siempre.
En esta eliminatoria, diferente a todas las demás, similar a los sueños, el orden se invirtió: la introducción, el Juego 1, terminó siendo el gran desenlace.

Ocho puntos, nueve segundos.

Un espacio de tiempo que alcanza para cosas grandes.

Tan grandes como saltar a la eternidad.


Nota: algunos diálogos son reconstrucciones tentativas del autor de la nota a partir de los hechos descriptos en ese período de tiempo.
Fuentes consultadas:
- 30 for 30 ESPN: Winning moment
- http://www.wunderground.com/history/airport/KNYC/1995/5/7/DailyHistory.html?MR=1 - http://www.funtrivia.com/en/Sports/Reggie-Miller-13088.html
- http://www.nytimes.com/1995/05/18/sports/1995-nba-playoffs-knicks-sweat-it-out-until-end-but-force-game-6.html
- http://pacerscenter.com/2012/05/07/may-7-1995-reggie-miller-scored-8-points-in-9-seconds/
- http://www.nbaloud.com/reggie-miller-1995-eastern-conference-semifinals/
- http://www.answers.com/topic/reggie-miller
- http://sports.espn.go.com/espn/espn25/story?page=moments/90

Bruno AltieriESPNDEPORTES.COM

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