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Quizás ese abrazo final de LeBron James con cada uno de los jugadores del Thunder significó todo lo que le costó a la estrella de Miami Heat llegar al pedestal de los elegidos.
Quizás, también, esa mirada enfocada que nació en el Juego 6 ante los Boston Celtics,
con el ceño fruncido, significó entender que muchas de las cosas que
había hecho antes en su carrera estaban en la línea de lo equivocado. Es
patrimonio de los grandes corregirse y corregir: James fue el símbolo
de una reconstrucción completa. Su camino de redención tuvo que ver con
una mejora radical de su juego. Con escuchar, con ser escuchado y con
desparramar un mensaje que, en la temporada pasada, era completamente
distinto.
LeBron llegó al éxito cuando tuvo
alrededor un equipo, por encima de cualquier individualidad. Cuando el
Heat fue sólo un Big Three, colapsó como las grandes falacias de la
historia. Fue el Titanic haciéndose añicos contra un iceberg. Miami
consiguió el edén cuando hizo que su camino fuera el inverso: el
básquetbol de conjunto en primer lugar. Un conjunto de hierro,
solidario, con tres jugadores sobresalientes.
El equipo primero, las estrellas después.
Me
sentí conmovido con la demostración de Miami. Fue un básquetbol de
escuela, porque todo parecía estar en el lugar adecuado, a la hora
adecuada. Básquetbol total en los dos costados de la cancha: la mejor
defensa que ví en años y el ataque más repartido que le vi a un equipo
de LeBron James y Dwyane Wade en toda su carrera.
Dije
durante la serie entre el Thunder y los Spurs que, cuando Oklahoma City
encendía sus turbinas y hacía su juego, generaba la misma frustración
que el Dream Team aplicaba ante sus rivales FIBA. Los inmovilizaba, los
dejaba fuera de acción por unos minutos y cuando querían despertar, ya
era demasiado tarde. El Heat hizo exactamente eso en el Juego 5,
teniendo al Thunder esta vez en el plano de víctima: fueron tantas las
armas desplegadas sobre el parquet que fue imposible para el equipo de
Scott Brooks estar a la altura de algo semejante.
Las
jaulas se abrieron al mismo tiempo y las fieras salieron disparadas.
Pero esta vez, no fue una estampida galopante, sino que había una
estrategia en las manos de su domador, Erik Spoelstra. LeBron hizo las
veces de león, pero jamás se hizo llamar el rey de la selva hasta que la
historia estuvo concluida. Fue un líder de principio a fin y entendió
que la mesura es la única receta contra la inmadurez. Me quito el
sombrero por su juego y por su giro de 180 grados. Adiós al recorrido
mental de sus propios laberintos. Ahora, no queda otra que abrocharse
los cinturones. Tiene merecido como nadie este campeonato.
LeBron James 3.0.
No es el campeonato lo que le dio esta mejora a James. Su historia
comenzó mucho antes, escuchando más y aplicando a la perfección. LeBron
no es Michael Jordan, ni Kobe Bryant, ni Kevin Durant.
LeBron mejoró cuando comprendió que él tiene su propia etiqueta. Su
propia lógica y sus fantasmas. Su mejora radical en el juego tuvo que
ver con su juego de espaldas y su capacidad para jugar múltiples
posiciones: no es un base, pero pudo trasladar.
No es un escolta, pero
pudo meterse en la llave como un ladrón de guantes blancos. No es un
ala-pivote, pero pudo batallar por los rebotes al estilo Karl Malone.
No es un centro, pero pudo defender a cualquier gigante que se le puso
enfrente. Entendió algo vital para su juego: no es un tirador a
distancia, él necesita atacar la llave porque cuando despega hacia la
pintura, es un Boeing 737 sin frenos. Esquiva la marea de brazos como un
equilibrista adiestrado. Si no son puntos, son faltas. Si no son
faltas, son asistencias. El peor pecado que puede cometer James,
entonces, es permitirse jugar fuera de la pintura. Es el primer torneo
en el que ataca agresivamente los 48 minutos y los resultados están a la
vista. Es el octavo jugador de la historia con tres MVP's y un título
NBA. Tuvo su primer triple doble de la temporada en el juego fundamental
(26 puntos, 13 asistencias, 11 rebotes). Podría seguir con muchas más
estadísticas, pero... ¿Hace falta ampliar?
La consagración de Erik Spoelstra. Siempre me pareció un
coach de elite, porque quizás muchos no sepan lo que significa para un
entrenador joven manejar los egos de tres estrellas sobrenaturales.
Spoelstra lo hizo, y créanme que en esa cabellera nutrida de Pat Riley
no hay un pelo de tonto. Spoelstra hizo el plan perfecto en estas
Finales: defensa escalonada para evitar las penetraciones (la materia
prima fundamental del Thunder en ofensiva estacionada), rotación de
balón fluida pese a no tener un armador natural, intensidad en los dos
costados de la cancha y agresividad para atacar la zona pintada. Eran
puntos de sus perimetrales -o de Chris Bosh-
o descargas a los tiradores abiertos para clavar una daga a distancia.
La fórmula es muy simple de decir, pero muy complicada de realizar: se
necesita intensidad, no bajar los brazos y creer a fondo en la idea. El
trabajo de Spoelstra ha sido brillante. En casa, construyó una verdadera
fortaleza en playoffs, con récord de 23-6. Según nos comunica el
departamento de estadísticas de ESPN, sólo cinco entrenadores en la
historia tienen un récord mejor en 25 juegos de postemporada. El mejor
corresponde a Phil Jackson, quien conquistó el 84% de los juegos de
playoffs en su feudo. Sinceramente, me encantaría ver un reconocimiento a
su labor de aquí en más.
El básquetbol de conjunto en su máxima expresión. Vamos, con una mano en el corazón: de este equipo de Miami de Finales, al que jugó en 2011 ante los Dallas Mavericks,
hay años luz de distancia. Este es un equipo inteligente, el de la
temporada pasada era un equipo talentoso. Mucha diferencia en ese juego
conceptual. No sólo defendieron con maestría los ataques estacionados
del Thunder, sino que tomaron tiros seguros en ofensiva para evitar que
OKC corra, su principal arma en toda la temporada. En ataque, ese giro
veloz de balón defiende una de las premisas en la que más hago hincapié:
más vale un tiro con pies asentados de cualquier jugador que un mal
tiro del mejor lanzador del equipo. Repito lo que dije antes: la defensa
de Miami en el Juego 5 fue de las mejores de la historia en un partido
de básquetbol.
¿Quién es el factor X? A mi entender, si quitamos a LeBron James como MVP indiscutido, Shane Battier
tiene que venir un pasito detrás en las consideraciones. Hizo
absolutamente todo bien en estas Finales: no se queden con sus valiosos
triples, sino que miren un poco más allá y verán paradas defensivas,
faltas ganadas, defensa intensa. Battier es, quizás, el único
especialista defensivo de la NBA que da muchas soluciones en el otro
costado. Y ahora tenemos que ampliar esta lista: Mario Chalmers entra en las consideraciones y Mike Miller,
con su físico cargando a cuestas, tiene que entrar en la galería de los
grandes por este último partido.
Lean esto: sus 23 puntos fueron su
máximo de carrera en playoffs, el máximo suyo en esta temporada (serie
regular y playoffs) y su 7-8 en triples iguala la segunda mejor marca de
tiros desde detrás del arco en un juego de Finales NBA. Así será el
diálogo de amigos en unos años en Miami: ¿te acuerdas de ese muchacho de
los triples? ¡Nos hizo ganar un campeonato!
Así en la tierra, como en el cielo.
El pan de cada día para el Heat llegó en el Juego 5 desde Saturno. Si
bien el ataque constante a la llave fue la herramienta que permitió los
huecos, esta vez fueron los arqueros del Heat los que clavaron flechazos
a lo más profundo del corazón. El Heat lanzó 45.9% (17-37) detrás de
los cuatro metros y medio, el mayor porcentaje en un partido de Finales
NBA en dos temporadas. Mike Miller (7), Shane Battier (3) y Mario
Chalmers (2) se combinaron para anotar 12 de los 17 lanzamientos de su
equipo desde ese sector. En los últimos 10 partidos de Finales de NBA,
el Heat lanzó 34.7% de cuatro metros y medio hacia atrás. Wow.
Cuando
Bill Russell le entregó el premio de Jugador Más Valioso a LeBron
James, algo hubo en ese cruce de miradas. Fue como si el legendario
centro de los Boston Celtics, propietario de once campeonatos, le
hubiese dicho: "Bienvenido".
El Juego 5 de las
Finales de NBA fue la redención de James. Honestamente, creo que muchas
críticas, en su momento, fueron justas. Está luego el que aprende y el
que mira para el costado. James hizo que sus errores lo fortalezcan. Que
lo hicieran mejorar, que, de una manera dolorosa, le enseñaran el
camino. Fue un enorme triunfo del Heat, pero más que esto fue un gran
triunfo del básquetbol de conjunto. Fue la demostración cabal de que las
estrellas brillan en las marquesinas, pero son los equipos los que
atesoran la gloria.
Felicitaciones, entonces, para los jugadores, directivos, entrenadores y fanáticos de Miami.
Bienvenidos, queridos amigos, al básquetbol total.
Bruno Altieri
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